Cuentos para contar.

viernes, 22 de noviembre de 2013

La piedra voladora

Era sábado, y como no había colegio y hacía buen tiempo, Raúl dedicó la mañana a la mayor de sus aficiones: coleccionar piedras.
Las tenía de todo tipo: redondas, cuadradas, planas,..................; elegía aquellas que le llamaban la atención por alguna de sus características: Tono, brillo, textura, color, incluso el olor.
Se dirigió el río, era su lugar de exploración favorito. Aquella mañana  bajaba con poca agua, por lo que su cauce desnudo ofrecía innumerables tesoros. Cogió una piedra con vetas blancas en forma de espigas, pero la desechó por su anaranjado chillón. Escrutaba minuciosamente cada milímetro de tierra descubierta cuando un reflejo le deslumbró; provenía de una piedra de un blanco plateado con forma de corazón: ¡Un corazón perfecto!. Cuando acercó la mano para cogerla, extendió 2 pequeñas alitas a cada lado, ¡y salió volando!. Se posó en la rama de un árbol unos metros más adelante. Raúl esperó pacientemente a pie de tronco: ¡No podía dejarla escapar!. Al fin, la piedra bajó del árbol, y Raúl, acercándose muy despacio, la atrapó.
Volvió corriendo a casa, entusiasmado por su nueva e increíble adquisición. Metió la piedra en una jaula, y la observó durante horas revoloteando por ella con sus alitas diminutas.
Pasó el tiempo; y a la piedra voladora le empezaron a salir manchas grises y verdosas por toda su superficie. Intentó limpiarla con alcohol, pero no salían del todo las manchas. Poco a poco, la piedra apenas levantaba el vuelo. Hasta que un día, encontró sus alitas entre el serrín de la jaula. Muy triste, cogió la piedra, y la guardó con el resto de su colección en una caja.

Como trabajo de fin de curso Raúl decidió llevar su colección de piedras, de la que tan orgulloso estaba. Las metió en una bolsa y fue al colegio cantando de alegría. Como aún era temprano, pasó por el río, con tan mala fortuna que unas zarzas rasgaron la bolsa y las piedras quedaron esparcidas por el suelo sin que se diera cuenta. Al llegar al colegió descubrió apesadumbrado la bolsa vacía. Volvió sobre sus pasos buscando ansiósamente las piedras perdidas, y llegó hasta el río, sin despegar la mirada del suelo. Al levantar la cabeza, descubrió anonadado ¡ decenas de piedras aladas, que revoloteaban entre las plantas y flores que poblaban las orillas del río!, ¡era su colección de piedras!.
La piedra con forma de corazón y su blancura plateada, se posó en su mano y movió alegremente sus alitas. La miró, y levantando la mano, la sacudió diciendo: -¡Vuela libremente!.



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