Cuentos para contar.

viernes, 16 de mayo de 2014

Hermanos montañeros (parte 1ª)

El carácter de un pueblo está marcado por el lugar geográfico en el que habitan. En el caso de los vascos, las altas montañas y los profundos valles, han forjado en ellos la nobleza e integridad de su forma de ser; pero también su desconfianza y cabezonería.
Iker y Yosu eran dos hermanos que vivían en Leiza, pequeño pueblo situado en el precioso valle de Leizarán, Guipúzkoa. Cómo muchos otros niños vascos, los fines de semana, sus padres les calzaban las botas de monte, les ponían sus chamarras de "gore-tex", y les llevaban a recorrer los empinados terrenos que ascendían a las cumbres de los montes de alrededor. Pasó el tiempo, y los hermanos, convertidos en robustos jóvenes, seguían quedando los fines de semana para continuar la tradición montañera heredada de sus padres, convirtiéndose ésta en parte fundamental de sus vidas.
Por entonces, la federación vasca de montaña, con el fin de promover la afición por el monte, organizó un concurso que consistía en ver quien era capaz de subir las cien montañas más altas del País Vasco en menos tiempo, para lo cual, colocaron buzones a la sombra de las cumbres que coronaban sus cimas, de manera que el que subía a ellas, debía dejar una tarjeta con su nombre y dirección del club de montaña al que pertenecía, y llevarse las tarjetas que encontraba para enviarlas por correo a los distintos clubes de montaña de los que eran socios las personas que habían dejado las tarjetas. De ésta manera, se podía contabilizar el número de cimas que lograba una persona. Los hermanos, sin ningún tipo de ambición deportiva, asumieron el reto, cómo un juego, y poco a poco, fueron sumando cimas a su palmarés.
En una de esas excursiones, se propusieron ascender el modesto Adarra, un pequeño monte guipuzkoano.
Era un día gris y húmedo. El constante chirimiri (llamado también calabobos), tan característico de la región, empapaba el pelo y los pantalones, resbalando las gotas por su cara, y por la superficie impermeable de sus chamarras. En una hora escasa, a buen ritmo, Iker llegó a la cima del Adarra, y dejó su tarjeta en el buzón. Josu, se entretuvo recogiendo unos hongos, que su experto conocimiento de los mismos, distinguió como comestibles. Al rato, llegó hasta un río, que corría caudaloso tras las últimas nevadas. En su orilla, sobre una roca, y con los pies en el agua, una hermosa joven peinaba su largo y frondoso pelo rubio. Josu quedó prendado al momento de la fascinante joven. Esta, le miró fijamente: "- Acércate -" le dijo autoritariamente.
Hipnotizado por sus profundos ojos azules, Yosu obedeció la orden, perdida completamente su voluntad. Cuando estuvo frente a ella, sus manos (las de ella) se transformaron en garras, y su insinuante boca se abrió mostrando afilados dientes. Se disponía a devorarlo, cuando los ojos de la joven, convertidos en tizones, se encontraron con los ojos sinceros y cándidos de Josu, quedando perdidamente enamorada de ellos. Al momento, se transformó de nuevo en una hermosa joven.
- ¡Yosu!, ¿dónde te habías metido? - se escuchó entre los árboles. Iker había descendido ya de la cumbre, y buscaba a su hermano. La joven al verlo llegar, se arrojó al río y se perdió en sus frías aguas.
- ¡Pero Yosu!, ¿dónde andabas?, llevo horas buscándote. - le dijo Iker. Yosu se sobresaltó.
- ¿Y la chica?
- ¿Qué chica?
- ¡Había una chica en ésta roca!
- Yo no he visto a nadie. ¿Te has comido alguno de esos hongos que llevas en la bolsa, o qué?
Yosu miró la bolsa.
- ¡No digas tonterías, había una chica aquí!
- Vale, venga, vámonos que se hace tarde.
Los dos hermanos bajaron hasta el merendero que había en la falda del monte, y tomaron caldo bien caliente y chorizo cocido, para temblar los ánimos y recuperar fuerzas.
Aquella noche, Josu soñó con la chica del río. En el sueño, la joven bailaba insinuantemente delante de él, haciéndole gestos con las manos para que se acercara. Al día siguiente se despertó con una gran ansiedad en el pecho.
- ¿Qué te sucede? - le preguntó su hermano al verle tan inquieto.
- Nada, nada - le contestó azorado.
Cuando su hermano se fue, Josu, en vez de ir a trabajar, se dirigió al monte Adarra; la imagen de la chica del río llamándole, seguía en su cabeza. Subió apresuradamente hasta el río, y allí, en el remanso del día anterior, se encontraba la bella joven, peinándose el pelo.
- Acércate - le dijo sonriendo - no tengas miedo.
Josu se acercó. Esta vez, las manos de la chica acariciaron sus mejillas, y sus labios le besaron dulcemente. El nudo en el pecho de Josu se desató, y se enlazaron en un apasionado abrazo.

Pasaron los días; Josu sólo podía pensar en la chica del río, por lo que dejó de ir al trabajo, sin decirle nada a su hermano, para pasar el mayor tiempo posible con ella.
Al llegar el fin de semana, Iker le propuso a Josu subir al Hernio, uno de los montes que les quedaba por ascender.
- Pues no me apetece mucho - le dijo.
- ¡Venga hombre!, que no nos queda poco para ganar el concurso.
Josu se debatía entre ir al monte con su hermano, o estar con su amante. Al final se decidió a ir con su hermano.
Cuando volvió a ver a la chica del río, la encontró disgustada y furiosa.
- ¿Por qué no viniste ayer? - le gritó.
- Fui con mi hermano al monte, nos falta poco para ganar el concurso.
-¡Tonterías! - Exclamó llena de celos. Se quedó pensativa un momento. - ¿Sabes que tu hermano te está engañando? - le dijo - quiere llevarse el mérito para él solo.
- ¡Estás loca, el nunca haría algo así!
-¿Tú crees? , ¡mira!
Un movimiento circular de sus manos sobre la superficie del agua, hizo que ésta se aquietara, pero en vez de su reflejo, Josu vio a su hermano en la cima de una montaña, metiendo en el buzón una tarjeta con su nombre.
- ¿Ves?, esto está sucediendo en estos momentos.
- ¡No puede ser!
- ¡Tu hermano quiere la gloria para él solo!
- ¡No! - gritó Yosu golpeando la superficie del río.
- No te preocupes, yo estaré siempre contigo - le dijo la chica, y abrazándole, consoló su corazón herido.

1 comentario:

  1. ¿Vascos, hermanos y hablando de monte? Me da que no me lo creo. Aquí huele a gato encerrado y lamia embaucadora. A ver esa segunda parte, que las imágenes de los ríos mienten más que la tele .

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