Cuentos para contar.

jueves, 1 de mayo de 2014

El niño que quería saberlo todo

Os voy a contar una historia, la de Juan, el niño que quería saberlo todo.
Con 3 años, Juan se preguntaba por qué la leche era blanca. Ya con 5, observaba la luna, intentando descubrir los hilos de los que colgaba del cielo. Con 6, encontró en el colegio su paraíso particular, donde había sabios, que con más o menos paciencia, intentaban responder a sus preguntas. Allí  se encontraba también la biblioteca, donde pasaba innumerables horas enfrascado apasionadamente en la lectura de los cientos de libros que poblaban sus estanterías. Pero con el tiempo, aquel paraíso, se convirtió en un pequeño oasis que no podía satisfacer sus ansias de saber. Así que, siendo un avispado joven, partió de su pueblo a la ciudad, donde nuevos e inagotables paraísos de conocimiento le esperaban. Pero ni siquiera aquel inmenso caudal de sabiduría pudo llenar su anhelo de respuestas.
Un buen día, oyó hablar sobre "El país de los sabios", un lugar donde vivían las personas más cultas del planeta. Se imaginó allí, rodeado de ellos, debatiendo en intensas e interminables veladas, sobre todo tipo de temas. Y allí fue. La decepción fue tremenda. El lugar consistía en una pequeña aldea de casas de adobe, y lo más sorprendente de todo, era que la mayoría de sus habitantes ¡andaban cabeza abajo! Se acerco a uno de ellos.
- Hola, perdone que le moleste, ¿por qué anda así?
- ¡Vaya que interesante!, ¡alguien andando con los pies!
- ¿Es qué aquí todo el mundo anda cabeza abajo?
- No, no todos,................., pero es mucho más interesante.
El hombre daba vueltas alrededor de Juan, mirándole de arriba a abajo con curiosidad. A lo lejos, vio a un grupo de hombres sentados en unos bancos de madera.
- Oigan, ¿Qué les pasa esos, que andan con las manos? - les dijo.
- Pues................., no lo se le dijo uno de ellos, contrariado - lo he olvidado. ¿Quieres comer algo? - le dijo mostrándole unos frutos alargados de color naranja.
- No, gracias.
Estuvo un rato hablando con ellos; ¡ninguno recordaba nada!, ¡ni sus nombres!
Desconcertado, salió de la aldea, ¡tenía que salir de allí, encontrar una razón para todo aquello! ¿Se habían vuelto locos de remate?
Por el camino, se encontró con un campesino, que subido a un carro, llevaba trigo al molino.
- Que, ¿Vienes del país de los sabios? - le dijo.
-Sí, pero más que sabios, son locos.
- ¡No!, ¡lo que pasa es que nuestras simples mentes no pueden comprender el comportamiento de seres iluminados!, ¿sabes por qué andan cabeza abajo? Dicen, que de esa manera, la perspectiva del mundo cambia completamente, y tienen que volver a aprenderlo todo.
- ¿Y los que no recuerdan nada?
- Esos comen "El fruto del olvido"(1), para tener que aprenderlo todo de nuevo.
Juan no quiso discutir con el campesino, ante la veneración que éste procesaba a los sabios, pero tuvo claro que el ansia de saber, les había trastornado. Juan subió al carro con el campesino, y charlaron amigablemente.
- ¿Qué te trae por aquí? - le preguntó el campesino.
- Quería visitar a los sabios para aprender de ellos, pero la verdad.................
- ¿Quieres conocer al hombre más sabio del mundo?, dicen que vive en la ciudad
- ¡Me encantaría! - los ojos de Juan se iluminaron.
- Vive en la ciudad. Pregunta por Federico, Federico Montoya.
Así que fue a la ciudad y preguntó Por el tal Federico.
- Vive al final de la calle, en una casa roja - le dijeron.
- ¿Y es cierto que es un gran sabio?
- Bueno..........., sabe de todo, eso si que es verdad.
Llamó a la puerta de la casa roja, como le habían indicado. Un hombre, con un buzo de trabajo que se limpiaba las manos con un trapo, le abrió la puerta.
- Hola  - le dijo.
- ¿Eres tú Federico? - le preguntó Juan.
- Si.
- ¿Puedo hablar un momento contigo?
- Bueno, ahora estoy ocupado arreglando unas goteras. Ayer llovió como si el mar se hubiera caído del cielo - dijo Federico sonriendo - pero pasa,  charlaremos mientras trabajo.
Juan observaba como Federico subido a una escalera colocaba diestramente unas planchas de madera en el techo.
- ¿De qué querías hablarme?
- Vengo del "País de los sabios", quería aprender de ellos, pero creo que se han vuelto locos.
- Bueno, son sabios, ya sabes.
- Oye Federico - le preguntó de repente - ¿sabes cómo curar un catarro?
- No, ¿por qué?
-Por nada. ¿Y sabes por qué gira la tierra?
- Pues....................., no. ¿A qué vienen esas preguntas?
- Es que..............., perdona tengo que irme.
Juan se marchó sin ni siquiera despedirse, de tan decepcionado que estaba.
"- ¿Y ahora qué?" - pensaba - " nunca podre saberlo todo."
Decidió volver a su casa, pero antes , pasaría por casa de Federico para disculparse por su comportamiento. Llamó a la puerta.
- Está abierta - escuchó. Entró y vio a Federico poniendo una cataplasma en el pecho de un chico.
- Hola - le dijo - , perdona, pero mi sobrino está acatarrado, y le tengo que hacer una cura.
Juan se quedó de piedra.
- Bueno, cambia la cataplasma cada 12 horas, y verás cómo te alivia.
- Gracias tío.
El chico, salió de la casa corriendo.
- ¿Cómo es posible? - Juan no salía de su asombro - , ayer me dijiste que no sabías nada de medicina.
- Y así era.
- ¿Pero.........entones?
Federico se quedó pensativo.
- Tengo un secreto - le dijo -, pero prométeme que no se lo contarás a nadie.
- Te lo prometo.
Entonces le enseñó un anillo dorado con el símbolo del infinito.
- Este es "El anillo de la sabiduría" - le dijo.
- ¡Es precioso!, ¿y cómo funciona?
-Cada vez que quiero saber algo, me lo pongo, y el conocimiento que necesito me viene a la cabeza al momento.
- ¡Increíble! ¿puedo probarlo?
- No sé..............es peligroso. Si los conocimientos que buscas son egoístas, se volverán contra ti.
- Yo sólo quiero saber cómo volver a mi casa. Me he perdido.
Juan no se atrevió a revelarle que su verdadero deseo era saberlo todo.
- Bueno, si es eso, pero ten cuidado.
Federico le dio el anillo. Cuando se lo puso, Juan pidió con todas sus fuerzas saberlo todo, y así sucedió; ¡todos los conocimientos del mundo iluminaron su mente como un relámpago, y desapareció para siempre!

Así termina la historia. Juan desapareció porque lo sabía todo, y ya no tenía nada más que aprender. Yo soy un humilde maestro de instituto, y cuando veo en los ojos de alguno de mis alumnos ese brillo, ese afán por aprender y aprender, les cuento la historia de Juan, para que tengan cuidado, ya que no hay que perder nunca la curiosidad ni el gusto por aprender, pero hay que aceptar las limitaciones de cada uno, porque nadie puede saberlo todo; ¡si no queréis desaparecer!



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