Cuentos para contar.

sábado, 28 de enero de 2017

El ruiseñor y la ranita

Erase una vez un ruiseñor cuyo canto era el más hermoso que jamás se había entonado en la tierra. Cantaba de pura felicidad, ya que el gozo invadía su corazón.

Un buen día, una ardilla que buscaba nueces, escuchó al ruiseñor, quedándose maravillada con su canto. Fue corriendo de árbol en árbol, contando a todos los animales del bosque el increíble canto que le había estremecido de la cabeza hasta la punta de la cola.
Al día siguiente, el ruiseñor salió de su nido para dar la bienvenida al sol con su canto, como lo hacía todas las mañanas, y se encontró rodeado por la casi totalidad de animales del bosque, que esperaban expectantes su actuación; ni una sola nota salió de su pico, tan sólo un débil gorgojeo.
Los animales, decepcionados, siguieron con sus quehaceres habituales, dejando solo al ruiseñor.
¡No entendía lo que le había pasado!, pero el ser el centro de atención de todos, le hizo sentir importante. Así que practicó y practicó todos los días su canto, pero para evitar lo que le sucediera la  última, vez ante todos los animales. repitió una y otra vez el mismo canto, sin dejar que este saliera libre de su corazón, hasta convertirlo en algo mecánico.

Fue él mismo esta vez, el que anunció a los cuatro vientos, que en cuanto saliera el sol, disfrutarían del más maravilloso canto que nunca habían escuchado.
Los animales se congregaron en las inmediaciones del nogal donde tenía su nido el ruiseñor, aunque esta vez, más por curiosidad  morbosa que por otra cosa.
El ruiseñor entonó el canto que había repetido una y otra vez. haciéndolo a la perfección. Todos los animales quedaron estupefactos.
Desde ese día, los animales se reunían al amanecer para escuchar al ruiseñor, al que agasajaban con sus halagos.

El ruiseñor no era feliz, ¡no sabía porqué!, ¡era la admiración de todos! Tal era su tristeza, que ni siquiera podía dormir.
Una noche, abrumado por la melancolía, fue al estaque; la luna se reflejaba en el agua, y entre los sonidos de los insectos, el croac de las ranas, y el canto de algún solitario búho, se formaba una extraña sinfonía. En ella, distinguió un sonido que tenía un tono y un ritmo distinto al del resto. Intentó localizarlo, y vio que proveía de una pequeña ranita de San Antón.
- Tu croac es distinto a los del resto - le dijo.
- Si, ¿te gusta?
- Bueno..................es distinto.
- Me aburre croac siempre de la misma manera.
- A las demás no les importa.
- Si, y míralas, ¡tan tristes y aburridas!, es más divertido dejar que el croac salga como quiera.
El ruiseñor dejó a la feliz ranita con su extravagante croac, y comprendió que el también se había convertido en un triste y aburrido ruiseñor, como la mayoría de las ranas del estanque.

Al día siguiente, cuando el sol despuntaba por el horizonte, y los animales esperaban ansiosos su canto, el ruiseñor abrió su corazón, y dejó que éste inundara de nuevo de emoción  su garganta.
La mayoría de los animales, acostumbrados a la melodía que día tras día apaciguaba sus espíritus, se marcharon antes de que terminaran, decepcionados y enfadados.
Los pocos que se quedaron, apreciaron este nuevo canto lleno de pasión y fragilidad, volviendo día  tras día para escuchar al feliz ruiseñor; entre ellos, una pequeña ranita de San Antón.

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