Cuentos para contar.

viernes, 15 de enero de 2016

Las avispas (historias de Rina, la gata callejera)

Anochecía; no había sido un buen día para Rina, sólo unos trozos de pan duro mojado que les habían echado a los patos del estanque, habían sido su único alimento. Entonces, de la puerta trasera de un restaurante, salió un hombre gordo vestido de cocinero, con una bolsa de basura. Rina se escondió debajo de un contenedor de basura. El hombre abrió el contenedor y echó la bolsa dentro. Rina se contuvo de no salir disparada al escuchar el estrepitoso ruido que se produjo al chocar la tapa con la pared del contenedor. El cocinero volvió al restaurante, olvidándose de cerrar de nuevo el contenedor. Rina esperó unos instantes para asegurarse de que el hombre se había ido, y salió sigilosamente de debajo del contenedor. De inmediato Notó un fuerte olor que provenía del mismo, movió el labio superior para que las partículas caloríficas entraran por su paladar además de por su nariz,y distinguió entre los olores de putrefacción, el de comida recién hecha.  Flexionó su patas, y de un ágil salto se introdujo en el contenedor. El estallido de olores provenía de la bolsa que acababa de tirar el hombre; estaba mal atada, y trozos de pescado y bistec entre hojas de lechuga y espaguetis con tomate se desparramaban sobre bolsas de basura. Comió hasta hartarse, y luego se refugió entre unos cartones para pasar la noche.
Al día siguiente volvió junto al contenedor; la tapa seguía abierta, y un puñado de bolsas amontonadas impedía cerrarlo. Hacía calor, y Rina se tumbó sobre un viejo colchón, al lado del contenedor, esperando la aparición del hombre gordo, que dejaba allí aquellos suculentos manjares, como un desinteresado papá Noel. A eso del mediodía, volvió a parecer el hombre gordo con su traje de cocinero, dejó la bolsa de basura que llevaba en el contenedor . Rina, aunque adormecida por el sopor, escuchó los pasos bamboleantes del hombre, y se escondió entre unas cajas, desde donde esperó a que éste se alejara. Se acercó al contenedor, pero había un ruido nuevo, como un zumbido, que se multiplicaba cuanto más se acercaba. Se detuvo para afinar todos sus sentidos; sobrevolando las bolsas amontonadas en el contenedor, 2 enormes avispas asiáticas, revoloteaban inquietas. Rina salió corriendo, su instinto de supervivencia era mayor que su hambre.
Pasó el tiempo, la comida escaseaba, y Rina recordaba el festín que se había dado aquella noche en el contenedor de basura. Se acercó cautelosamente, recordando también a las avispas, y allí estaban. Esta vez eran más de 6, y entraban y salían del contenedor, como siguiendo un plan preestablecido. Rina las siguió con la vista, y vio que se dirigían hacia el alerón de un tejado próximo. Allí, protegido de la intemperie, había una inmensa construcción marrón con forma ovalada que las avispas recorrían ajetreadas; era el nido, donde la avispa reina ponía los huevos de los que saldría una nueva generación de avispas. Le entró el pánico al verlo, pero el dolor de estómago hizo que se apostara entre unos cartones para esperar acontecimientos.
Anochecía, y las avispas, siguiendo su ritmo natural, empezaban a ralentizar su actividad. Había hecho un día bochornoso, pero la venida de un frente frío, provocó una intensa tormena en la zona, con fuertes vientos. En esos momentos, Rina había salido de su escondite, al ver que las avispas volvían poco a poco a su nido. Entonces se desató la tormenta, y los fuertes vientos zarandearon el nido hasta hacerlo caer. Cayó cerca de donde Rina se encontraba. Las avispas, furiosas y desconcertadas se abalanzaron sobre Rina, con el único fin de proteger a su reina, aunque fuera con su vida. Rina huyó, sin fijarse que se dirigía hacia un callejón sin salida. Se encontró de repente con un muro húmedo y garabateado, que ni siquiera un gato podía escalar. Sintió un picotazo, una avispa enredada en el pelo de su lomo le había picado. Se volvió intentando morder a otra que se dirigía a sus ojos; el zumbido sordo que le rodeaba estuvo a punto de paralizarla, pero un nuevo pinchazo le hizo reaccionar, y rodó por el suelo aplastando a las avispas que cubrían su cuerpo. Vio entonces una vieja alfombra, y sacudiéndose espasmódicamente, se metió debajo de ella. Las avispas se abalanzaron sobre el bulto que sobresalía de la alfombra, y clavaron sus aguijones. Por fortuna, la alfombra era lo suficientemente gruesa como para que estos no alcanzaran la piel de Rina. Entre temblores y sudor, a causa de las picaduras, perdió el sentido.
Cuando despertó, salió de debajo de la alfombra, todavía temblando y bañada en sudor. Vio una veintena de avispas muertas con su aguijón clavado allí donde ella había estado, y la alfombra empapada por la intensa lluvia que había caído. Se encontraba muy débil, pero el veneno de las picaduras no había sido letal. Se arrastró por el callejón hasta el contenedor de basura: ¡El viento lo había volcado!, ¡ y ante sí se extendía un impresionante festín con los más variados y sabrosos manjares!, ¡sólo para ella!

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