Cuentos para contar.

viernes, 9 de octubre de 2015

El cabrero y el guante mágico

Juan tenía una cabra, Esmeralda. Le quería mucho, y además era su único medio de subsistencia. Todos los días ordeñaba a la cabra, y con la leche hacía sabrosos quesos que luego vendía en el mercado del pueblo. No sacaba mucho dinero, pero si el suficiente como para poder haberse comprado un pequeña chabola de madera en el bosque. Juan era feliz, pero ya era mayor, y cada vez le costaba más ir al pueblo, que se encontraba a 2 horas de la chabola donde vivía.
Un día, paso por el bosque un rico comerciante. Su caballo estaba exhausto, y al ver la chabola de Juan paró y llamó a la puerta.
- Hola buen hombre - le dijo a Juan - mi caballo está agotado, y necesita agua y descanso.
- ¡Como no!, pase, y descanse usted también - le respondió amablemente - le daré agua y alfalfa a su caballo, y podrá continuar en cuanto se recupere.
Así lo hizo, y convidó al comerciante a queso y vino.
- ¡Uhmmmm!, este queso está buenísimo - dijo el comerciante -  ¿donde lo compra?
- Lo hago yo mismo, tengo una cabra que me da una leche excelente.
El comerciante, con su ambiciosa mente, vio enseguida que tenía entre manos un buen negocio.
- Me gustaría hacerte una propuesta - le dijo - si me haces 20 quesos como este, yo te los compraré todos.
- ¡20 quesos!, ¡si con 5 que haga me bastan para vivir!
- Piensa que con el dinero que te sobre podrías comprarte un carro y un caballo para poder ir al pueblo para vender tus quesos.
- ¡Vaya!, no estaría mal...........
El comerciante, sin darle tiempo a pensar, le plantó delante de sus ojos un contrato, en el que Juan tendría que hacer 20 quesos por 6 monedas de oro en el plazo de 2 semanas.
- Firma aquí y tendrás tu carro.
Juan firmó, ya se imaginaba sentado en su majestuoso carro, de camino al pueblo.

Juan se puso a la labor, pero se dio cuenta que necesitaría mucha más leche de lo habitual, por lo que ordeñaba a Esmeralda hasta la última gota, y hasta 2 veces por día. Juan se enfadaba mucho con ella, ya que veía que ésta no iba a ser capaz de darle la leche que necesitaba. La pobre Esmeralda adelgazó mucho, y enfermó. Por ese motivo, dejó de dar leche.
A las 2 semanas, el comerciante fue a casa de Juan a por sus 20 quesos, tal como habían acordado.
- Lo siento -  le dijo Juan - mi cabra ha enfermado, y ya no me da leche. Sólo he podido hacer 8 quesos.
- ¡8 quesos! - gritó el comerciante fuera de sí -¡ Tengo vendidos ya los 20 quesos!, ¡Exijo que me los hagas!
- ¡Pero como voy a hacerlos!
- ¡ Es tu problema!, ¡si dentro de una semana no me das 20 quesos, me quedaré con tu chabola!
El comerciante montó en su caballo y se fue, dejando a Juan en la más absoluta desolación.

El pobre Juan no sabía que hacer, la preocupación le hacía pasar la noches dando vueltas en la cama sin poder dormir.
Un día, pasó por allí un apuesto joven montando un impresionate caballo.
- Hola buen hombre -  le dijo - ¿Sabe por donde se va al pueblo?
- Si claro, siga por el robledal hasta el río, y continúe por el camino que pasa entre los trigales, no tiene pérdida.
El joven, al ver las ojeras del pobre Juan, le preguntó qué le sucedía. El cabrero le contó su historia.
- Podría ayudarte - le dijo - toma éste guante, tiene el poder de convertir el oro en arena. Cuando venga el comerciante a por sus quesos, pídele que te de primero el dinero, cuando lo haga, lo tomarás con la mano enguatada en el guante mágico, y las monedas se convertirán en arena. Al no poder pagarte, no tendrás porqué darle los quesos.
Juan le mostró al joven su eterno agradecimiento, y por fin pudo dormir en paz.

Llegó el día en el que el comerciante fue a casa de Juan a por los quesos. Llegó acompañado de un alguacil, para que se llevara preso a Juan si no cumplía el contrato.
- ¡Los 20 quesos! - gritaba mientras aporreaba la puerta con una mano, y mantenía el contrato firmado por Juan en la otra.
Juan abrió la puerta con parsimonia.
- Primero págame - le dijo mientras tendía la mano enguantada.
- ¡ Aquí tienes!- le dijo sacando 6 monedas de oro del bolsillo de su chaqueta. Estas, al ponerlas en la mano de Juan, se deshicieron al tocarla, convirtiéndose en arena, que se llevó el viento.
- No veo ninguna monede en mi mano - dijo Juan simulando asombro.
- ¿queeee?, ¡no puede ser, si yo..........!
Volvió a sacar otras 6 monedas de oro, y las puso de nuevo en la mano de Juan; y de nuevo el viento se llevó lo que quedó de ellas.
- ¡Es magia!, ¡magia negra!, ¡deténgale alguacil! - gritó el comerciante con el rostro desencajado.
- Lo siento -  dijo el alguacil inmutable - no veo que se haya cometido ningún delito.
El comerciante, fuera de si, se abalanzó sobre Juan gritando.
- ¡Maldito brujo!
Pero el alguacil, con un rápido movimiento, agarró al comerciante del brazo, y se lo llevó atado de pies y manos, por intentar agredir al cabrero.

Juan, con los 3 quesos de más que había hecho, consiguió el dinero suficiente para llevar a Esmeralda al mejor médico del pueblo. La cabra se recuperó, y empezó a dar de nuevo la mejor leche del condado.
Un día, llamaron a la puerta de su chabola; era el apuesto joven que le dio el guante mágico.
- Vengo a por el guante - le dijo.
Juan se lo devolvió, y le contó lo sucedido.
- Ahora vivo como antes - le comentó - cuido de mi cabra, y ella me da todo lo que necesito, ¿para qué quiero más?
- Has hecho lo correcto - le contestó.
También le dijo, que era un príncipe, y que tenía que volver a su reino, pero tendría noticias de él.
Un buen día, se presentó un hombre en casa de Juan.
- Vengo en nombre del príncipe Igor - le dijo - traigo un presente de su parte.
Y le dejó ante su puerta un precioso carro tirado por un majestuoso corcel.

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