Cuentos para contar.

viernes, 13 de septiembre de 2013

El músico tímido (parte 2ª)

El encantamiento

Juan no pudo dormir esa noche, Lucía le había puesto en un gran dilema, ¿la amaba suficiente como para superar su miedo?. Llegó a la conclusión de que lo intentaría, pero no sin ayuda.
Al día siguiente se dirigió al bosque, donde vivía Galanta, conocida por sus artes mágicas.
- Si - le dijo - , puedo ayudarte, pero piensa que en el mundo de la magia, ninguna deuda queda sin pagar.
- ¡Haré lo que sea! -  respondió con firmeza.
Galanta se dirigió hacia lo que parecía un altar, en un rincón de la casa. Sobre él, había un libro abierto; en frente, una extraña figura de madera,  medio hombre medio animal, sonreía enigmáticamente.
Cogió unos frascos de una estantería y los colocó sobre el altar, al lado del libro. Sobre un pañuelo, puso unas hierbas de uno de los tarros, y vertió un líquido del otro, mientras pronunciaba unas palabras, leídas del libro con voz cavernosa.
Un humo verdoso empezó a salir del pañuelo, las palabras se convirtieron en un canto gutural que llevó a trance a una desfigurada Galanta, que se agitaba conbulsivamente frente al altar.
Juan quiso salir corriendo, pero el terror le paralizaba. De pronto, Galanta cayó de rodillas, permaneciendo un instante con la cabeza entre las manos. Luego se levantó lentamente, y haciendo un nudo con el pañuelo, formó un pequeño saquito, al que añadió una cadena para llevarlo a modo de colgante.
- Toma - le dijo - llévalo siempre contigo, ¡pero recuerda!, deberás pagar tu deuda.
Juan cogió el saquito, y salió corriendo de allí sin mirar atrás.

El concurso

Llegó el día del concurso. Los mejores músicos de la región se presentaron en la capilla del palacio del rey, donde el mismísimo rey, los jueces, y un selecto grupo de representantes de la nobleza (entre los que se encontraban Lucía y su madre), se reunieron para presenciarlo.
Juan esperaba su turno junto al resto de participantes en una sala contigua a la sacristía.
"No puedo, no puedo", pensaba con la cabeza entre las manos y la mirada clavada en el suelo.
- ¡Vamos, te toca! - le dijo un monje señalándole.
Agarró fuertemente el saquito que llevaba al cuello y salió a la sacristía.
Se escuchó un murmullo generalizado, y algunas risitas, "¿no es el hijo del luthier?, ¿que hace éste aquí?".
- ¡Silencio por favor!, demuestra lo que sabes hacer.
Juan miró a su alrededor, le temblaba todo el cuerpo, puso la guitarra sobre sus piernas, y de pronto, ¡se vio transportado a su rincón secreto del bosque, junto a su amada haya.
Se puso a cantar, ¡la música brotaba como un río!, ¡como el viento en la tormenta!, ¡como el mar embravecido!, ¡como la brisa en la orilla!.
De pronto, unas voces, l e devolvieron a la realidad; vio a Lucía desvanecida en brazos de su madre, y recordó las palabras de Galanta:" Deberás pagar tu deuda", y comprendió lo que sucedía, ¡Lucía era el pago!.
Sin pensarlo, arrancó el saquito de su cuello y lo arrojó lejos. Al momento, Lucía recuperó el color, abrió los ojos y se incorporó despacio.
- estoy bien - le dijo a su madre.
todas las miradas, volvieron sobre Juan; tragó saliva y siguió cantando. ¡Esta vez, la capilla se convirtió en un oscuro claustro!. Pero sus ojos se encontraron con los de Lucía, que habían recuperado toda su luz, y cantó para ella, como si no existiera nadie más en el mundo.

Epílogo

No hubo discusión alguna sobre el vencedor del concurso. Juan fue nombrado capellmaster real, y como en toda buena historia de amor que se precie, se casaron, fueron felices, y comieron perdices.


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