Cuentos para contar.

jueves, 5 de septiembre de 2013

El músico tímido (parte 1ª)

Esta es una historia de amor, y como en toda historia de amor, está el chico: Juan, un músico de gran talento; está la chica:  Lucía, perteneciente a una de las familias más influyentes y ricas de la corte; y está, como no, alguien que se interpone en su amor: En éste caso, la orgullosa y ambiciosa madre de Lucía.
Vayamos con la historia.

Los pretendientes

Juan tenía un problema, poseía un talento natural para la música, pero era incapaz de mostrarlo a los demás, por su gran timidez.
Cogió su guitarra y se dirigió al bosque, hasta un claro en cuyo centro, un haya centenaria desplegaba sus inmensas ramas queriendo abrazarle. Se sentó junto a su tronco y espero unos instantes con los ojos cerrados hasta impregnarse con el espíritu apacible del lugar. Y se puso a tocar, libre, lejos de todo.

Lucía salió de su habitación donde debería pasar la tarde repasando las aburridas lecciones de urbanismo,  y bajó despacio las escaleras con los zapatos en la mano. Los retratos de sus distinguidos antepasados parecían mirarle con reproche, sobre todo el de su bisabuela Leonora, que le traspasaba con sus ojos oscuros. Cruzó de puntillas el hall, las voces de sus padres se oían desde la sala contigua. Llegó hasta la puerta de entrada, la abrió y cerró con sumo cuidado, y salió corriendo hacia el bosque sin prestar atención a los gritos de su madre, que desde la ventana de la sala se desgañitaba llamándola.
Cogió el camino que lleva al río y se desvió hacia el hayedo. Se acercó despacio al viejo haya en el que Juan cantaba ensimismado, se tumbó boca arriba en la hierba, y se dejó llevar por la música.

El plan

Lucía y su prima Débora paseaban por el parque de Newcastle protegidas con sus sombrilla del sol de mediodía.
- ¿Porqué no le dices nada? - preguntaba Débora.
- ¡Es muy tímido!, saldría corriendo en cuanto me acercara.
- ¿Como lo sabes?
- ¿No le has visto los domingos en la iglesia?, ¡no levanta la mirada del suelo!.
- Parece que le pesan los ojos.
Ambas rieron.
- Si le oyeras cantar..........¡es un ángel!.
- Invítale a una de tus fiestas, no se podrá negar.
- Mi madre no lo permitiría, ¡es el hijo de un simple luthier!.
- ¡Pues tenemos que hacer algo!.
¡Y vaya que si lo hicieron!.

Débora entró en el taller del luthier. Las maderas de los instrumentos reposaban asumiendo sus nuevas formas, las que acogerían más tarde las notas musicales y sus infinitas variaciones.
- ¿Señor Jacobo?.
- ¡Silencio por favor!.
El luthier golpeaba cuidadosamento con el martillo y el cincel sobre la caja de un laúd haciendo pequeñas incisiones, como un cirujano. Tras unos instantes de intensa concentración, se levantó y se limpió el sudor de la frente.
- Perdóneme señorita, pero ha llegado en un momento especialmente delicado, Si el agujero es demasiado pequeño las notas se amontonan y salen a borbotones , y si es demasiado grande se desmenuzan en el aire.
- Perdóneme usted por mi torpeza maestro; el motivo de mi visita es que mi prima quiere dar un recital de arpa, y necesita de su oído experto para poner el instrumento a punto.
- Si claro, pasaré esta tarde a las 6 si le parece bien.
- Estupendo, le esperamos.
Y dándose un apretón de manos se despidieron. La araña empezaba a tejer su tela......................

A las 5 de esa misma tarde se presentó en el taller de Jacobo, Lucas, el sirviente de Carlos, un amigo común de Lucía y Débora.
- Entra Lucas - le dijo - ¿Qué se te ofrece?
- Vengo de parte de mi señor, le necesita urgentemente, se ha roto una cuerda de su piano, y dentro de unas horas tiene que dar un recital.
- Bueno, ahora tengo otro compromiso que atender, pero enviaré a mi hijo Juan.
- ¡No, por Dios!, ya sabe usted lo celoso que es mi Señor con éstas cosas, ¡le necesita en persona!.
- Está bien, iré yo - accedió el luthier. - ¡Juan! - gritó, - ¡deja lo que estés haciendo y ve a casa de los Menieur, hay un arpa que afinar!.
Juan cogió el diapasón y fue a casa de Lucía, despreocupadamente, sin saber que había caído en las sutiles redes femeninas.

Enamorados

Juan caminaba alegremente hacia la casa de los Menierur, un enorme caserón  rodeado de jardines y fuentes. Los Menieur formaban parte de la  nobleza del país, y poseían una inmensa fortuna.
Llegó a la casa y llamó a la puerta. Una sirvienta le llevó a la sala de conciertos donde se encontraba el arpa.
Con oído experto ajustó cada cuerda con la vibración que precisaba cada nota.
- ¡Hola! - escuchó de pronto. Era Lucía, que le saludaba con la mejor de sus sonrisas.
Juan le miró sorprendido.
- Hola - balbuceó, fijando de nuevo la vista en las cuerdas del arpa y enrojeciendo como un tomate.
No nos vamos a extender aquí de como Lucía consiguió romper el caparazón de Juan y hacer que se enamorara locamente de ella, ya que de todos es conocida la excelencia de las mujeres en el arte de la seducción.
El hecho es que se enamoraron y se prometieron amor eterno. Pero las cosas no iban a ser tan sencillas.Como dijimos al principio de la historia, la madre de Lucía se oponía al amor entre la pareja, por la diferencia de estatus entre ambos.
- ¿Qué vamos a hacer? - suspiraba Lucía.
- ¡fugémonos!.
- ¡No seas tonto!.
- Si fuera el capellmaster  del rey, tu madre no se opondría a la boda.
- ¿ y porqué no te presentas al concurso para conseguir el puesto?, es dentro de unos días.
- No digas tonterías, sabes que no puedo tocar delante de la gente, ¡es imposible!.
- ¿Imposible?, ¡Si de verdad me quisieras, nada sería imposible!.
Y así empezó la primera discusión seria de la entrañable pareja.


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