En el país de las vacas, reinaba la paz. De vez en cuando,
algún lobo u oso que pasaba por allí, se comía alguna vaca; pero en general,
llevaban una plácida vida dedicada a pastar y dar leche.
Allí vivía
“Manchitas”, con su mamá “Celeste”. “Manchitas” era una vaca un tanto especial,
porque le gustaba nadar en el lago y subirse a los árboles; Por eso, las demás vacas se burlaban de ella:
“-¡Mirad! ¡Una vaca nadando! ¿Se creerá un pez? ¡Mirad! ¡Una
vaca subida a un árbol! ¿Se creerá un pájaro?”
“Celeste”, la mamá de
“Manchitas”, le llevaba al lago para que nadase, y al bosque para que se
subiera a los árboles, y le decía: “- No hagas caso de las burlas; haz lo que
te guste de veras.”
Un día, pasó por el país de las vacas un lobo ¡Y se comió 2 vacas! Que pastaban
plácidamente. Al ver que las vacas eran
presas fáciles, volvió cuando tuvo hambre
¡Y se comió otras 2 vacas! Entonces se encontró con “Manchitas”, y como
aún no había saciado su apetito, intentó comérsela; pero “Manchitas” se tiró al
lago, y como el lobo no sabía nadar, se quedó en la orilla maldiciendo.
Las vacas le suplicaron a “Manchitas” que les enseñara a
nadar, para que el lobo no les pudiera comer; y así lo hizo, y cada vez que el
lobo aparecía, las vacas se tiraban al lago y se ponían a salvo. El lobo,
frustrado, se fue para nunca volver.
De nuevo reinaba la paz en el país de las vacas ¡Hasta que
apareció un oso! Las vacas se tiraron al lago para ponerse a salvo, ¡pero el
oso sabía nadar! Y yendo tras ellas, ¡se comió a 4!, ¡estaba hambriento! De
nuevo el oso volvió a la hora del almuerzo, y se encontró con “Manchitas y su mamá”. -¡Escapa!- le dijo “Celeste” a su
hija -¡súbete a un árbol!
“Manchitas”, con su gran habilidad para trepar a los
árboles, subió hasta la rama más alta de un roble; pero su mamá no pudo escapar
del oso, y éste se la comió de un bocado. “Manchitas” se quedó muy triste y
desconsolada, porque su mamá ya nunca más estaría con ella.
Las vacas, le rogaron a “Manchitas” que les enseñara a
trepar a los árboles, y así lo hizo. El oso, que no sabía trepar, veía, ofuscado y rabioso, como las vacas se
subían a los árboles cada vez que se acercaba, escapando de sus garras. Y se
fue para nunca volver.
Una noche, mientras todas las vacas dormían, se oyó un gran
grito en el prado que despertó a todas las vacas. Se trataba de un terrorífico
fantasma, que con su sábana y sus cadenas arrastrando entre las piedras,
gritaba a plena voz: “-¡Os voy a devorar a todas!”
Las vacas escaparon espantadas; unas se
subían a los árboles, otras se lanzaban al río, pero ninguna podía escapar del
horripilante fantasma. Del susto, al día siguiente, ni pudieron dar leche. Por la noche, el fantasma
volvió a aparecer, con la misma cantinela:”-¡Os voy a devorar a todas! ”Las vacas se escondieron como pudieron,
menos “Manchitas”. “-hay algo en ese fantasma que me resulta familiar-”
pensaba. “-Esa voz……….-”.
-¿Mamá? ¿Eres tú?- le dijo al fantasma.
- Si “manchitas”, soy
tu mamá.
“Manchitas” se puso muy contenta; pero su mamá era un
fantasma, y tenía que ayudarle.
-Mamá, ¿porqué asustas a las demás vacas?
- Porque se burlan de ti, y ¡pagarán por ello!
- ¡Pero mamá!, ¡ya no lo hacen, desde que les enseñé a nadar y a trepar para escapar del lobo y del oso, me respetan
y me quieren!
“Celeste” se dio cuenta de que su hija decía la verdad, por lo que perdonó a las demás vacas.
-Entonces puedo irme en paz- dijo- estaré siempre contigo-; y con un fogonazo que iluminó el cielo, el
fantasma se convirtió en una estrella.
Cada noche, “manchitas” contempla la estrella y habla con
ella en su corazón.
Desde entonces, las vacas del país de las vacas, nadan en el
lago y trepan a los árboles, gracias a “manchitas”, una vaca que se atrevió a
ser diferente.